Las emociones, ¿temidas amigas?

Imagínate que vas por una carretera a través de una espesa niebla. De repente, ves un grupo de coches apilados delante tuya; sientes un miedo intenso: tu mente se paraliza, se te tensan los músculos, el estómago se te pone mal y sientes como si el corazón fuese a salírsete del pecho. Sin saber cómo, reaccionas instantáneamente: ¡te lanzas sobre los frenos e intentas girar hacia una zona segura pero... fallas! ....

Hay un chirrido de neumáticos, rotura de cristales, el ruido del metal aplastado.... Pasan tres segundos... Viene la calma. ¡Te das cuenta de que estás vivo!: el miedo se vuelve súbitamente alivio, alegría. Pero enseguida alguien, desde fuera, te grita, vocifera que tienes la culpa del accidente. No entiendes bien lo que está pasando pero sus voces son tan estridentes y acusadoras que sientes cómo el color rojo sube a tus mejillas y cómo se empieza a apoderar de ti una profunda rabia . Sales del coche, dolorido, cojeando, ciego de ira.

Quieres gritarle, pero, al aproximarte a otros coches, contemplas que todos están destrozados. Hay cinco, o seis; escuchas gemidos de gente. Divisas un herido grave: tu rabia se torna compasión y te diriges rápidamente a buscar ayuda...

Para las emociones no existen situaciones extremas, sino grandes oportunidades de aparecer y dominar, de hacerse las reinas de lo que hacemos y decimos. Independientemente de los hechos , las emociones parecen surgir de la nada, súbitamente, como si de monstruos o demiurgos internos se tratase. Están ahí, siempre presentes, al acecho: ¿Sabías que a Sonia le va genial en Estados Unidos? Qué envidia que empiezas a sentir.

Tú también podrías haber elegido el cambio de sucursal a ese país, pero no te atreviste. Ahora te lamentas y crees que es tarde. La envidia está ahí para avisarte. ¿Por qué para algunos es un infierno el trabajo? Los adolescentes piensan en las vacaciones el primer día del curso. Ya se encuentran mal y ni siquiera, todavía, han empezado el año escolar: sus cabezas están en otro lugar, pero sus cuerpos asisten a cursos que soportan con indignación, desidia o apatía.

¿Cómo te sientes cuando alguien te llama imbécil?. Aparte de querer estrangular a quien “te insulta” o pensar en aquello de “Tierra, trágame”, ¿te aguantas? ¿qué haces con lo que sientes? ¿sabes realmente que algo sientes?. A lo mejor te arrepientes de lo que sientes, o quisieras sentir otra cosa. Sientes la víbora interior, las cosquillas en el estómago y las ganas de estampar a alguien contra la pared... O las ganas inmensas de volar, de comerte al mundo porque estalla dentro de ti una alegría infinita...

Pero te asustas, te crees que no eres tú. Pero esa violencia o rabia, ira, ganas de volar o de matar también son partes tuyas. Se llaman emociones y están ahí para algo. Mi hipótesis es que vivimos tiranizados por las emociones (positivas o negativas), que son las diosas de nuestras relaciones. En el trabajo, en la pareja, con los hijos o los amigos, son las que mandan: decidimos cosas, sin darnos cuenta, desde la impulsividad, el rencor, la angustia, la euforia o el apego.

Utilizando las palabras de Goleman (el autor del libro Inteligencia Emocional) ello equivaldría a vivir secuestrados emocionalmente. Lo que provoca que seamos nuestros propios verdugos sin saberlo. ¿Qué haces ante quien te parece un listillo o ante un posible bromista entrometido? ¿Te los “tragas”? ¿Te has dado cuenta de que te recuerdan a alguien?. Eso que sientes se llama ira, y si no le haces caso, se convierte en resentimiento.

Y luego ¿dónde estás tú? ¿Quién eres? ¿Quién responde? ¿Tú o tus emociones? La clave del trabajo emocional está en integrar el significado de esos arrebatos, celos, rabia o alegría. Debajo de lo “que sentimos” siempre hay un significado oculto, un código que puede descubrirse. Hasta que no emprendemos el trabajo emocional somos como libros abiertos que nos dejamos leer por otras personas. En la página que más nos duele nuestros lectores (los otros) cierran el libro, pero aún tenemos tantas cosas que contar... Juan va al cole y se ríen de él. Lo que siente se llama desesperación, angustia. ¿Lo sabe Juan?

Ahí está su emoción, para avisarle. Claudia ha sacado un cero, se ríe... siente frustración pero quizás no lo sabe. El primer paso para devolver la emoción a su justo lugar es reconocerla, integrarla con nosotros, no descartarla, darle la bienvenida. Para después reconocer que algo, dentro de mí, quiere expresarse.

Conclusiones (consejos)

  1. Sentir emociones negativas no es signo de enfermedad emocional. La enfermedad, si acaso, proviene de sólo identificarse con las emociones positivas
  2. Dejemos que sucedan las emociones. No las reprimamos. Lo importante es canalizarlas, pero no descartarlas
  3. Las emociones tienen mensajes para nosotros. Podemos investigar qué hacen ahí y qué cosas necesitamos hacer cuando las sentimos
  4. Expresar y canalizar las emociones son el primer paso de todo trabajo emocional